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El futuro energético en América Latina

El petróleo, ese combustible forjador de política y economía del siglo XX y dueño del 40 por ciento del mercado energético mundial, atraviesa por una crisis global reflejada en la disminución constante de su producción. Esto mantiene a Latinoamérica en la zozobra pues, hoy en día, un reducido número de países, cuyos gobiernos son inestables y corruptos, y cuya seriedad como proveedores está bajo sospecha, controla la mayor parte de las reservas de la región

Por Raúl González Acosta

Un México naciente y creciente de cara a los próximos años se torna cada vez más difícil de visualizar. Apegado al neoliberalismo, un modelo económico que ha fracasado durante los últimos 20 años, pero también a un sistema caótico estadounidense que aparentemente ha heredado en su actual administración el síndrome del político mexicano: llegar a derribar lo que ha logrado la administración pasada.

Poco se puede esperar de un país que desarrolló una cultura energética que lo hizo navegar por ríos de riqueza durante las décadas 80 y 90, gracias a la enorme cantidad de pozos petrolíferos, superpetroleros, oleoductos, minas de carbón, centrales eléctricas y el gran poder económico y político que éstos han traído; mismos que alimentaron la creencia de que la manera más fácil para llegar a la prosperidad y estabilidad sigue radicando en un simple axioma que se fue extendiendo a la totalidad del planeta: encontrar más petróleo, carbón y gas natural.

No obstante, todo llega a su fin y la confianza ante la bien mostrada capacidad de la industria energética global, se está convirtiendo en una inquietud desde finales de los 90, al ser testigos de los últimos momentos al alza de las economías basadas en hidrocarburos. Ahora, el consumo ostentoso, la vanidad automotora y la pedantería de los dueños norteamericanos al circular en sus carísimas todoterreno, nos dan una clara idea de adónde nos dirigimos como civilización, de quiénes están al volante y, sobre todo, de cuánto tiempo nos queda.

Una mirada desde abajo
Como dicta la frase del escritor Eduardo Galeano, “el subdesarrollo de América Latina no es una etapa del desarrollo, es su consecuencia”. Ante esto, Latinoamérica camina ahora hacia un futuro en el cual regiones como Europa o Japón han estado antes: la dependencia completa y absoluta de los países exportadores de petróleo de Medio Oriente.

La diferencia es que Europa, Japón, o incluso China, han diseñado una estrategia encaminada a la generación de energías limpias basadas en redes de colaboración autosostenidas, pues llevan tiempo comenzando a consumir más petróleo del que sus yacimientos pueden producir y han recurrido a cortejar a los mismos países productores a los que Estados Unidos defiende mediante inversión de tiempo, capital político y monetario; sin embargo, América Latina no. Acá no hay de dónde agarrarse en la caída. De nada sirve ser exportador de petróleo con una deuda de 5 mil millones de dólares como la de Pemex.

Ahora, en estos momentos, México y Latinoamérica se encuentran en una profunda crisis económica y energética, debido a que sus gobiernos actuales sólo controlan tres variables básicas: la política fiscal, la política monetaria y las reformas estructurales, que están encaminadas a beneficiar a los mismos sectores que han logrado despojar de recursos naturales y materias primas a los nuevos sectores de oportunidad que se encuentran en el naciente sector privado, lleno de jóvenes emprendedores que están cambiando la manera en que se produce, transporta y consume la energía.

Estos recursos naturales terminan por ser entregados al sector clientelar, que sólo funge como intermediario entre quienes desde arriba y afuera ven a nuestra región como un barril sin fondo. Por eso, se niegan a sacar a la luz los avances científicos que buscan enseñar a convertir al ciudadano promedio en un agente de cambio y producción desde la tecnología y el hogar. Eso es trabajo de alguien más. Ése es nuestro trabajo.

Como recientemente declaró el secretario de Hacienda, José Antonio Meade, en México hemos transitado de la madera al carbón (que aún utilizamos en un 26 por ciento a pesar de ser extremadamente sucio), para después pasar al petróleo (en México la producción fue de 2 millones de barriles diarios a escasos 18 dólares durante 2016), hasta llegar al integrante más joven de la familia y responsable del 24 por ciento actual del consumo: el gas natural, una fuente de energía versátil que está superando al carbón como combustible preferido para la calefacción y generación de electricidad, y que posiblemente represente un “puente” hacía una alternativa mucho más viable. Esto a pesar de que es sumamente complicado de transportar y conlleva su propio “bagaje” de embrollos geopolíticos.

Y así, el ciclo se irá repitiendo a lo largo de la humanidad con cada nuevo combustible que adoptemos hasta llegar a la utopía energética tan anhelada por las potencias desde hace siglos, mientras podamos afrontar cada transición tal y como nuestros antepasados lo han hecho. Pero lo cierto es que una economía energética basada en uno u otro, seguirá agravado el problema.

¿Cuál será el próximo combustible y cuál será el que lo sustituya? ¿Cuál será el último recurso que utilice la humanidad? ¿Seguirán siendo estos cambios generacionales tan abruptos como en los últimos siglos? ¿Tendrán las compañías energéticas y los gobiernos del mundo un plan para garantizar un cambio gradual y poco conflictivo hacia un nuevo combustible o tecnología energética? ¿El fin del petróleo nos pillará desprevenidos y mandará una onda expansiva a través de la economía global, dando lugar a una peligrosa guerra por las pocas reservas que subsistan?

El agotamiento de este recurso no será más que una transformación de toda la economía de los hidrocarburos y, quizá, de una historia que es casi tan vieja como la civilización.

En busca de la utopía
Las revoluciones siempre estén acompañadas de tecnologías que son por y para la comunidad y, precisamente, esta idea puede ser tomada para impulsar una transformación en América Latina, una región donde sobran personas con hambre de sacar adelante a los países que, desafortunadamente, han preferido mirar hacia arriba en la balanza energética a las demás potencias de las que dependen.

Como ya se ha demostrado, crear entornos correctos para convertir a los consumidores en productores consiste en interconectar generadores de electricidad desde el hogar para que cada parte del sector civil genere la suficiente energía mediante los recursos solar o eólico y, por ejemplo, que el excedente sea convertido en hidrógeno para que éste se anexe a esta red interconectada de personas (misma que podría estar basada en gasoductos por debajo de la tierra).

Así podría ser aprovechado por quienes lo requieran y pueda retribuírsele a su productor original, algo que permitiría el mantenimiento y coordinación eficiente de la red a través de tecnología aplicada para crear una conexión de pequeñas centrales de pilas de combustible y energía solar en viviendas, oficinas y fábricas. De esta manera, se retomaría el modelo económico base que le ha permitido a Europa estar a flote y un poco a expensas de los países exportadores de petróleo,

A la vez, la interconectividad entre pilas de combustible de hidrógeno facilitaría a la población tener el control del mercado y sector más grande del mundo: el energético. Además, es mucho más barato tener mini-centrales en cada hogar que una red central de hidrógeno por ciudad. Miles de células de combustible podrían controlar y suministrar la misma electricidad que una central nuclear de mil MW.

Un factor que aceleraría la generación distribuida de hidrógeno es la introducción del automóvil basado en pilas de este combustible, ya que es más limpio y tiende a ser más redituable (aunque Tesla se niegue a aceptarlo). De hecho, considerando que los automóviles están en operación 20 por ciento del tiempo solamente, los vehículos a base de hidrógeno podrían convertirse en estas mini-centrales eléctricas el otro 80 por ciento del tiempo. Además, el uso extendido del hidrógeno ayudará a asentar las bases para reducir el cambio climático y mejorar la calidad del aire, así como disminuir la dependencia energética del petróleo, misma que actualmente tiene más impacto económico que ambiental.

La buena noticia es que el camino hacia esta utopía, donde cada cual genere su propio hidrógeno desde el hogar y se convierta en comerciante del mismo, ya se emprendió mediante la Agencia Energética Mexicana. Este organismo busca  tender puentes entre el sector privado, público, académico y civil para poner en marcha las políticas que fomenten el crecimiento de esta tecnología, hecho que no se aleja demasiado de las intenciones de la actual Reforma Energética.

Si esto se logra en México, podrá realizarse también en los países que forman parte de la Asociación Latinoamericana del Hidrógeno, como Chile, Colombia, Argentina, Costa Rica y Perú. Su costo de implementación ronda los 40 millones de dólares por ciudad, aunque con una inversión de 10 por ciento se pueden ver cambios significativos en las regiones.

De esta manera, entraríamos en uno de los momentos más revolucionarios en la historia de América Latina, pues es responsabilidad de cada uno de los latinoamericanos dejar de mirar hacia arriba en la balanza a Europa, China y EEUU, esperando que caigan unas cuantas gotas de petróleo que los propios gobiernos clientelistas se han empeñado en expropiar.

 

Raúl González Acosta @rauladrianga
Estudiante de Ingeniería en Mecatrónica en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM). Fundador y director comercial de Hydrosolver, también se desempeña como director general y fundador de la Agencia Energética Mexicana, así como conferencista tecnológico y activista político.

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